
Luc Besson, director francés, logra una película relativamente atípica que no deja de emocionar. No se limita a contarnos una historia de acción, como fácilmente podría haber ocurrido si se hubiera tratado de un mero producto hollywoodiense, sino que pretende transmitirnos una serie de ideas y dudas no fáciles de contestar.
Por un lado, el sentido de la venganza, porque, visto fuera de contexto, lo que aquí vemos es una niña con deseos de tomarse la justicia por su mano —recordemos la escena en que va cargada de explosivos a la comisaría—. Durante todo el filme, así, el espectador anhela ver cómo muere Gary Oldman, cómo Natalie Portman consigue su objetivo. No resulta, analizado de esta manera, una visión muy ética del asunto. Parece que Besson quiere mostrarnos que la venganza nunca termina triunfando de modo absoluto, y por eso la historia, aunque no del todo mal, no culmina con el clásico final feliz.

Y por otro lado, se encuentra la muy trabajada por los guionistas (y, sobre todo, actores) trama entre Jean Reno y Natalie Portman, un analfabeto que desconoce el amor y su sentido (sólo lo aplica, e indirectamente, a su insustituible y mimada planta), y una muchacha que no tiene nada que perder, pero con un horizonte abierto a la auténtica vida, de la que se había visto privada con su difunta familia. Es una bella historia de amor en la que, a través del conocimiento mutuo, ambos protagonistas se descubrirán a sí mismos, se ayudarán y, lo más importante de todo, mejorarán como personas. El amor de Jean Reno se asemeja al de un padre con su hija, y gracias a eso se reconoce como asesino, como injusto justiciero. El momento definitivo, y más representativo de esto, se nos muestra al final, con su muerte “por Mathilda”. Ésta, en cambio, sí que quiere querer a León como a un novio, como alguien a quien puede confiar su vida, sus intenciones y sus pensamientos. Lo consigue, pero no exactamente por la vía que al principio deseaba. Su peligroso compañero terminará siendo para ella una especie de amigo de inestimable valor que cumplirá la función, sin pretenderlo, de padre.
En cuanto a los aspectos técnicos, las actuaciones de los protagonistas reflejan un tremendo realismo, sobre todo la de Natalie Portman, que, con doce escasos años, se ponía por primera vez ante las cámaras para interpretar un papel conflictivo y duro. Jean Reno y Gary Oldman, a mi juicio, también bordan sus personajes. Los tres logran recrear unas personalidades profundas, que pocas veces se ven en el cine actual.
Por último, cabe resaltar los buenos resultados de los decorados de Nueva York y la bastante aceptable banda sonora de Eric Serra, así como el vestuario -inolvidables, por ejemplo, las excéntricas vestimentas de Jean Reno-.
Por último, cabe resaltar los buenos resultados de los decorados de Nueva York y la bastante aceptable banda sonora de Eric Serra, así como el vestuario -inolvidables, por ejemplo, las excéntricas vestimentas de Jean Reno-.